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LAS HISTORIAS QUE NO FUERON

Hasta el 6 de noviembre, las obras de María Abásolo permanecerán en las salas de Diagnóstico Médico de Martino.  Quienes no hayan visto todavía sus trabajos, experimentarán extrañeza y familiaridad, en igual proporción. Viejas figuras de manuales, recetarios, revistas de corte y confección y libros técnicos; recuerdos de bibliotecas familiares o bateas de librerías de usados; todas ellas, de nuevo al ruedo para contarnos una historia. 

Detrás de las obras de Abásolo hay algo de ciencia oculta, un aire de alquimia y sus láminas, algo de antropología forense también: un plan y un método, una fórmula convincente para la resurrección.  Tal vez porque vuelve a la vida un material condenado al fuego del orden o a la humedad del olvido y le asigna nueva potencia.   

Los trabajos exhibidos en España 82 y España 73, en particular, además, reflejan su indagación como artista y el desarrollo de un lenguaje propio a partir del “collage”. Desde sus primeras formas experimentales hasta la última serie que expuso en el Museo Municipal de Bellas Artes de Tandil (Mumbat).  La curaduría a cargo de Espacio Nido incluye también obras realizadas durante los últimos meses de pandemia. Tal vez por eso, esta muestra podría ser la mejor oportunidad para conocer a esta gran artista.

 “Siento que estoy desacartonando esas imágenes”, dice Abásolo cuando se refiere a su material de trabajo, insumo concreto y disparador intelectual.   “En general, tomo imágenes de libros científicos, de anatomía, mecánica, enciclopedias o de historia, imágenes de siglos pasados, y con ellas hago una resignificación, lúdica y libre”, cuenta.  Es así como esa “carga original” de las imágenes se desvanece para renacer en otro lado, con otra sintaxis y otra vitalidad. 

Hay algo de antropológico en su trabajo, de búsqueda, descubrimiento e interpretación. Algo de detectivesco, de personaje de Arturo Pérez Reverte buscando incunables o libros esotéricos en bibliotecas viudas.

“Trabajo con papeles que hace años recopilo y atesoro.  Libros y revistas, cosas con mucha historia que tienen una carga muy fuerte para mí”.  En esa tarea, no descarta nada.  Ni siquiera fotos antiguas de gente que no conoce y paisajes que apenas intuye para darles un subtitulado propio, una reescritura.

“Hay historias guardadas (en esas fotos) que no se pueden descifrar del todo, pero en donde algo se percibe.  Para mí esas historias son oro en polvo”, confiesa.

Los tandilenses conocemos a Abásolo como ilustradora, pero sobre todo como una ilustradora que encuentra en el collage su mejor herramienta para relatar visualmente con precisión literaria.  Admite que su creación tiene mucho de literatura y que el amor por los libros va más allá de su actual profesión de bibliotecaria, porque es a partir de ella, justamente, desde donde estructura, imagina y crea. 

“Me siento muy cómoda haciendo collage y debo decir que todavía me sorprende.  Es adictivo.   Yo vengo del dibujo, es mi lenguaje-madre, pero reconozco que con el collage encuentro cosas que con las otras técnicas no consigo.  Estoy muy atada a él, también, por el material que utilizo”, dice.

Los libros, siempre los libros cuando se expresa Abásolo.  Les rinde culto en cada alusión.  Son su trabajo, el insumo principal de su creación y, son también, parte de un desafío pendiente: escribirlos. 

“Soy bibliotecaria, pero no soy una gran lectora.  Más bien una lectora tardía que tiene sus momentos.   Pero me fascina lo que me genera la literatura. Realmente, trato de trasmitir algo de todo eso que transmite un libro.  Tal vez yo sea una escritora frustrada o en potencia.  Es que, de verdad, las palabras están siempre dando vueltas cuando estoy trabajando en una obra”, asegura.

María Abásolo no se regala ningún título, ni siquiera el obvio: el de “artista plástica”. Modestamente, se aplica el de “ilustradora”, como si fuese una categoría menos ampulosa y más concreta para lo que hace.

Hay detrás de eso una historia.  “Desde que era chiquita me encantaba dibujar y yo me veía como una artista, una pintora, una persona que iba a estar todo el tiempo pintando y vendiendo cuadros”, pero durante la formación, esas herramientas y técnicas se transformaron en cadenas más que en alas. “Pasé un tiempo muy encasillada y llegué a sentirme bastante frustrada.  Es que lo único que hacía era bocetar y pensaba que eran apenas el principio de futuras obras”.

Abásolo recuerda un momento revelador en su carrera: le pidieron una imagen para una revista de poesía que iba a ser fotocopiada, por lo que el color no era un problema.  Entonces sus bocetos se presentaron como obras.  “Pensé que lo que yo hacía ahora sí podía servir.  Y efectivamente esa fue mi primera experiencia en ilustrar”, detalla.

No siempre es sencillo dar el valor justo al propio trabajo.  Están quienes se sobrevaloran; están quienes hacen lo contrario.  Abásolo parece ser de las últimas.  “Las veces que intenté estar en muestras y galerías nunca me sentí cómoda. Prefiero mostrar mi trabajo a través de la publicación de libros o revistas”.

Un exceso de modestia precede un trabajo formidable que se sostiene por sí mismo y rompe las etiquetas.  Lo que ella llama ilustraciones son creaciones artísticas plenas y vigorosas. Y ella no es una ilustradora, sino una artista que ilustra.

“El mote de artista plástica nunca me hizo sentir muy cómoda.  Ahora lo estoy aceptando un poco más.  Me empiezo a ver un poco más de esa forma.  Entiendo que a muchos les pasa lo mismo.  Tiene que ver con un proceso.  Uno no decide ser algo.  Simplemente, en algún momento, te das cuenta que lo sos y listo, pero eso lleva un tiempo”, reconoce.

Juan Perone
juanperone@hotmail.com





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