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Fodor, el pintor que expulsó al hombre del paraíso

El paisaje es un capítulo aparte en la historia de la pintura. Pero además es uno de los más ricos y voluminosos. En este universo se sumerge de lleno Jorge Fodor, el pintor tandilense de 37 años que se formó académicamente en el Instituto de Profesorado de Arte de Tandil (IPAT) y que mantiene un fuerte vínculo con el entorno de la ciudad. Hasta el 13 de setiembre, parte de su obra se podrá ver en la sede de Diagnóstico Médico de Martino, en España 82. Se trata la nueva exposición que proponen, de manera conjunta, De Martino y Espacio Nido.

Decíamos que Fodor mantiene un estrecho vínculo con el entorno serrano desde su más tierna edad. Este dato no es menor porque el pintor vuelve una y otra vez a las sierras, a sus chilcas y esa una fauna esquiva que habita el verde y se recorta en azules prístinos o dorados, según la hora.
Vuelve a la patria irrenunciable de la felicidad en la infancia. Esa curiosidad de niño explorador se ha transformado, con los años y la técnica, en una obsesión por captar y resguardar. Se descubre en esa tarea de pintor también un afán de atesoramiento y una nostalgia a cuenta por lo que se va perdiendo.

“¿Por qué dedicarme al paisaje? Creo que la temática no la elegí yo, sino que me eligió ella. Yo me crié cerca de la zona del Dique, en la avenida Alvear, en la casa de mis abuelos. En esa época era muy chiquito y a las sierras las veía de lejos, pero cuando tenía 8 o 9 años nos pudimos mudar con mi familia a una casa propia que estaba en la zona del Club Uncas. Entonces yo ya era un poco más grande y podía ir solo hasta las sierras. Saltaba de piedra en piedra o me escondía entre las retamas. Desde ese momento empecé a vivir eso que hoy sigo pintando”, cuenta Jorge.
Luego responde a la curiosidad del entrevistador quien le acaba de preguntar si cree que podrá aportar algo a tantos siglos de paisajismo en la historia de la pintura. “Pensar en si uno le puede hacer un aporte quizá sea demasiado ambicioso. Ojala se pueda. Eso lo dirá el tiempo, pero no me lo planteo como un desafío. El desafío que sí me planteo es el de pintar cada vez mejor. Tratar de ir mejorando y aprendiendo. Miro mis cuadros de hace unos años y le voy encontrando defectos o cosas para mejorar, cuestiones que hoy resolvería de manera diferente. Eso quiere decir que uno va ampliando la visón y la técnica”.
La relación de Fodor con el paisaje serrano y su ecosistema es tan fuerte y tan vital que no es posible datarla. Por eso, quizá, su decisión de pintar paisajes nunca fue planteada en términos de una elección sino, casi, de un mandato.
“Yo, por suerte, nunca tuve que pasar por la etapa de elegir; siempre fue eso. El paisaje siempre fue lo que me conmovió. La naturaleza en todas sus formas y maneras de explorarla. De chico miraba muchos documentales y me imaginaba que yo era el camarógrafo en el bosque o en esas montañas impresionantes. Esa fascinación se trasladó a mi entorno, a las sierras. No cabía otra posibilidad”, asegura.
De hecho, esa simbiosis es mucho más profunda que una relación estética. Entre artista y modelo existe también un fuerte vínculo ético. Y a ese pacto posiblemente se refiera Fodor cuando estima que su aporte también puede llegar a ser pedagógico y ecológico.


“Uno siempre trata de hacer un aporte desde el punto de vista del relevamiento de flora y fauna, de las especies autóctonas en las diferentes épocas del año. “Cuando me invitan a un jardín de infantes o a una escuela primaria a dar una charla y a mostrar obra, trato de concientizar y, por qué no, de hace un poco de política ambiental”.
Allí está Fodor, entonces, parado frente un grupo de chicos transmitiendo la importancia de ese tesoro que huye a nuestros ojos por el avance de la urbanización y los mil despojos que le impone el hombre.
Por eso no asombra descubrir que en la obra de este pintor tandilense no hay figura humana. El hombre no aparece. En la historia universal de la pintura, el hombre dimensionó y justificó el paisaje, y lo hizo durante muchos siglos. Luego y hacia el siglo XVI lo abandonó pero seguía siendo su dimensión tácita. En cambio, Fodor ha decidido expulsarlo del paraíso.
“La verdad es que no suma nada en mi obra. Yo pienso en la figura humana como un espectador de mi pintura. Como alguien que se para frente a la obra, la mira, la observa, y la contempla. Pero la verdad es que cuando aparece el hombre en la naturaleza, se pudre todo”.
Allí está la dimensión ética de la obra de Fodor. Y también la dimensión axiológica: el juicio y la sentencia. La mensura del daño, la valoración del perjuicio y la condena del artista que ha decidido expulsarlo para que no pueda seguir destruyendo.
“Me genera mucha antipatía el hecho de pensar en que aparezca un humano en uno de mis paisajes”, confiesa Fodor.
Esta entrevista se está haciendo a través del whatsapp y el texto recibido no logra atemperar la misantropía que se filtra en la postura de Fodor.
“Un poco de eso hay”, se ríe. “Lo suficiente como para no querer pintar gente, pero no tanto como para ser asesino serial”. Y se ríe más. Al menos eso imagina el entrevistador cuando lee el mensaje en la pantalla del celular.

No es fácil sustraerse a la obra de Fodor. Todos hemos estado alguna vez ante ese momento maravilloso, casi epifánico, de sentirnos uno con el entorno. Quizá lo hayamos olvidado. Quizá lo hayamos relegado a tanto ruido. Lo cierto es que sus cuadros nos llevan nuevamente a ese instante. Un momento en el venderíamos el alma al Diablo para poner en palabras, armonías o imágenes ese momento que rápidamente sigue su viaje.
Nos colocamos frente a la obra de Fodor como el hijo pródigo o el ángel caído. Vemos lo que se ha perdido y lo que se puede perder todavía: ese paisaje y su luz, el aire frío que arrea los pajonales y la intemperie que se recuesta sobre la tierra húmeda y fértil. Vemos una confabulación de seres que miran entre la espesura o aletean sobre el celeste de la tarde.
“En mi caso la técnica es una herramienta que trato de perfeccionar día a día pero no es mi búsqueda más importante. Lo que persigo con verdadera intensidad es otra cosa.
Mi verdadera búsqueda está en trasmitir sensaciones”, admite.
Y la verdad es que lo logra. Lo logra.

Juan Perone





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