Último libro sobre Tandil de Néstor Dipaola
Alejandro Latorre, seguidor de este portal, comparte una nota acerca del reciente trabajo del colega periodista Néstor Dipaola.
Durante años me pregunté por qué de a ratos me nace una nostalgia de épocas que no me pertenecieron y recién, cuando terminé de leer Tandil era una fiesta, el último libro de Néstor Dipaola que aún no salió de la imprenta, encontré la respuesta. Sucede que este periodista, historiador y bohemio empedernido, le tiende un truco a sus lectores haciéndoles creer que ellos están junto a esos personajes entrañables de la aldea de antaño siendo protagonistas de una sociedad en la que hombres y mujeres celebraban la vida en las calles, en los clubes y en los bares y yo también caí en su trampa de prosa mágica.
Durante las noches que me sumergí en sus bellos párrafos volé palo a palo junto al arquero Domingo Pastor en la final que Tandil le ganó a Mar del Plata en 1960. Tras esa hazaña nuestro pueblo organizó su festejo mayor, al que ni siquiera pudieron empardarles en convocatoria las alegrías nacidas tras los campeonatos mundiales obtenidos en 1978 y 1986 por la selección argentina.
Saboreando lo más lentamente posible –algo difícil de lograr con una escritura tan didáctica- como disfrutaba un alfajor en mi infancia, cuando la golosina era un lujo, también me vi junto a José Angelillo, el dirigente de Excursionistas que en 1947 trajo al gran Hugo del Carril que actuó para miles y así ayudó a seguir recaudando unos pesos para que ese club siguiera creciendo, ladrillo a ladrillo; danzando tangos en el Manantial de los amores y disfrutando a más no poder a pesar de la década infame; y saltando como loco en aquellas noches “del Santamarina”, como dice el maestro Julio Varela, cuando hasta los naranjos de la vereda de la calle Yrigoyen bailaban con el ritmo de los carnavales de febrero.
Si hasta el momento llevaba más o menos bien la cuarentena, confieso que ahora empieza a resultarme cada vez más difícil continuar con mis días de quietud y aislamiento. Cuando uno llega a la última página de un trabajo así, siente una necesidad voraz de abandonar su postura cómoda de espectador pasivo para transformarse en un ciudadano activo; siente unas ganas inexplicables de ir a ayudar a cualquier sociedad de fomento; de ponerse a colgar banderines y prender luces de colores en cualquier corso; de comprometerse con causas que a primera vista parecen ajenas al confort hogareño, pero que de alguna forma le hacen experimentar la dicha de estar vivo, la adrenalina de perseguir los sueños, la paz de realizar la tarea por el otro, como corresponde, y la certeza de que así verdaderamente el mundo empieza una metamorfosis maravillosa en la que por más otoño que atravesemos, la vida vuelve a estar en flor.